viernes, 15 de marzo de 2013

Instructivos para celebrar la Santa Misa Tridentina

 
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Para sacerdotes y seminaristas que deseen aprender la celebración de la Forma Extraordinaria del Rito Romano, posteamos a continuación los instructivos provenientes de dos fuentes:
 
  • Comisión Ecclesia Dei:
http://www.youtube.com/user/PortaFidei
 
  • Fraternidad Sacerdotal  San Pedro en asociación con EWTN:
http://www.youtube.com/user/FSSPTraining
 








sábado, 9 de marzo de 2013

El Cónclave comienza el martes 12 de marzo

 

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Los 115 cardenales electores están listos para elegir al nuevo Papa

La octava Congregación General del Colegio Cardenalicio decidió que el Cónclave comenzará el próximo martes 12 de marzo. Lo indica un comunicado de la Sala de Prensa vaticana. El martes por la mañana todos los cardenales  participarán en la Misa Pro Elegendo Papa, que tendrá lugar en la basílica del Vaticano. Después, los electores, tras almorzar en la Casa Santa Marta se dirigirán a la Capilla Sixtina para comenzar con las votaciones para elegir al próximo Papa.

El comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede:


"El Colegio de cardenales ha decidido en la octava Congregación General que ha tenido lugar esta tarde desde las 17 a las 19 horas que el Cónclave para la elección del nuevo pontífice se abrirá el martes 12 de marzo de 2013.
Por la mañana se celebrará en la basílica de San Pedro la Santa Misa Pro eligendo Romano Pontífice. Por la tarde del mismo día se entrará en el Cónclave".

Los 115 cardenales “electores” ya están listos para la elección del nuevo Pontífice. La edad promedio es de 72 años, la mayor parte de ellos son europeos y fueron creados por Benedicto XVI (vea el “mapa” de los cardenales electores). Los italianos son los más representados en el Colegio cardenalicio, con 28 cardenales, pero hay purpurados que representan a todos los continentes.

Cómo funciona el Cónclave

Después de que resuenen las palabras “extra omnes”, los 115 cardenales electores serán encerrados en la Capilla Sixtina, en donde permanecerán aislados del mundo. Para resolver los detalles de la elección deberán estar disponibles el secretario del Colegio de cardenales, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, ocho ceremonieros, dos religiosos encargados de la sacristía pontificia y un eclesiástico asistente del decano del Colegio cardenalicio, todos previamente aprobados por el camarlengo y sus tres cardenales asistentes “pro tempore”.

Las operaciones de votación se realizan mediante el escrutinio, que se divide a su vez en tres fases (previa, propiamente dicha y posterior) : Antescrutinium, Scrutinium vere proprieque, Post-scrutinium. En el Antescrutinium el último cardenal diácono sortea tres escrutadores, tres revisores y tres “infirmarii” (los que recogen los votos de los cardenales enfermos en la residencia Santa Marta).

Los ceremonieros entregan dos o tres fichas blancas a cada elector, con la leyenda “Eligo in summum Ponteficem” bajo la cual se coloca el nombre del elegido. Luego dejan la Capilla Sixtina. Se pasa así al Scrutinium vere proprieque. En esta fase cada cardenal compila en secreto la ficha, la dobla por la mitad y manteniéndola levantada se dirige al altar con las urnas. Allí el purpurado elector jura según la fórmula: “Llamo como testigo a Cristo Señor, que me juzgará, de que mi voto es dado a aquel que, según Dios, considero debe ser elegido”. Y desliza la boleta en la urna. Al final de la votación, el primer escrutador agita la urna y el tercer escrutador transfiere las fichas una a una dentro de un cáliz.

En este punto los escrutadores se sientan frente al altar. El primero abre una ficha y lee el nombre, el segundo repite el procedimiento, el tercero anota el nombre y lo lee en voz alta, y luego perfora las boletas con una aguja sobre la palabra “eligo” y las une con un hilo. Las fichas son quemadas después de cada votación en una estufa. De allí la fumata será negra si no hubo un resultado positivo; en cambio será blanca e irá acompañada por el repique de campanas si, con una mayoría de dos tercios, fue elegido un nuevo Papa. El nuevo Pontífice es anunciado a los fieles en la Plaza San Pedro, con la famosa introducción en latín “Habemus Papam".

 

Fuente: Vatican Insider

Benedicto XVI: ¿EL HOMBRE QUE ESTORBABA?

 

sábado, 2 de marzo de 2013

Hoc est enim

 

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En un jardín de Roma hay un anciano,
Oculto a las miradas de la gente,
Que gusta de rezar junto a una fuente,
De prisas y cuidados ya lejano.
Recuerda a veces, con dolor humano,
Que su palabra antaño era influyente
Y el mundo le escuchaba humildemente,
Mas pronto retrocede el pensar vano.
Se pone en pie y, sin oler las rosas,
En casa de su Padre vuelve a entrar,
Dejando tras de sí todas las cosas.
Bien sabe que, encorvado ante el altar,
En esas viejas manos temblorosas,
El mundo y más que el mundo puede alzar.

(Publicado por Espada de doble filo)

Ultimo Angelus

 

Fuente: Monseñor Guido Marini

Ultima Audiencia General

Fuente: Monseñor Guido Marini

martes, 12 de febrero de 2013

UN PASO ADELANTE







Cada palabra del Papa, lo sabemos bien, debe ser leída con atención, porque aquel que habla y escribe es el Vicario de Cristo en la Tierra. Pero con mayor razón cuando el escrito se refiere a “una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia” como la tomada por Benedicto XVI pocas horas atrás. Cada línea y palabra asume, por lo tanto, un significado no sólo jurídico, o bien programático o meramente biográfico, sino también de orden sobrenatural.

Leamos un pasaje del discurso del Papa: “Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”. Una interpretación de este pasaje ofreciendo una sugestiva clave de lectura. El Papa tenía frente a sí dos bienes: el testimonio en el martirio, como hizo su predecesor Juan Pablo II, y la eficacia de la acción pastoral. El Pontífice ha elegido este segundo camino.

Por un lado, por lo tanto, el sufrimiento, tanto físico como sobre todo moral y espiritual. Este último no es difícil constatar que ha nacido en el corazón de Benedicto XVI ante la constatación de que la barca de Pedro está cada vez más llena de agua también porque muchos de sus ocupantes provocan en el casco continuas fugas. Un sufrimiento soportado y vivificado por la oración y ofrecido como instrumento de santificación para toda la Iglesia. Por otro lado, las obras y las palabras, es decir, la vida activa, la evangelización, la concreción de los proyectos pastorales, los discursos, las cartas, las encíclicas y muchas otras cosas que el sufrimiento impide llevar a término. Por una parte, una vela que se consume dando luz hasta el final; por otra, la opción pragmática no de rendirse a los años que pasan sino de pasar la posta por el bien mayor de la Iglesia.

Debemos ser sinceros: en el corazón de cada uno de nosotros, al menos por un segundo, ha habido desilusión, mezclada con consternación, como si fuésemos traicionados por una opción que sentimos menos valiosa (¿cómo no pensar en los apóstoles incrédulos y escandalizados ante su Maestro muerto en cruz?). “Renuncia” es, de hecho, el término que más aparece en la boca de los comentaristas, una palabra que sabe a derrota. Casi diríamos que el Papa ha tirado la toalla y ha vencido el mundo. Ha hecho mejor Juan Pablo II que ha luchado hasta el final y ha permanecido en su lugar – ese lugar al que fue llamado por Dios – hasta la muerte.

Pero cuando se trata del Vicario de Cristo y cuando, como en este caso, se trata del teólogo Joseph Aloisius Ratzinger, los criterios de juicio sólo humanos deben dejar lugar a aquellos de orden trascendental, evitando fáciles reduccionismos. Aquí no tenemos al administrador delegado de una empresa que ha dejado el puesto por motivos de salud. Aquí estamos hablando del sucesor de Pedro que debe conducir a los hombres a la salvación. Es desde el Cielo que debemos mirar todo este acontecimiento.

Entonces, dado que el mismo Pontífice ha subrayado de hecho que su decisión no se asemeja a un fácil atajo sino al resultado de reiterados exámenes de conciencia hechos frente a Dios (“después de haber repetidamente examinado mi conciencia frente a Dios”), debemos nutrir la certeza de que su decisión es aquella que Dios mismo le ha indicado. El criterio que Benedicto XVI ha seguido es el único válido a seguir no sólo para decisiones de este calibre sino para cualquier decisión de cualquier Papa: el mayor bien de la Iglesia.

El martirio, el consumirse hasta el extremo, es un camino obligatorio sólo si Dios lo pide porque en aquella circunstancia y para aquella persona es el camino más eficaz para contribuir al bien de la Iglesia. Pero lo mismo sucede con el pasar la posta. ¿Qué necesita ahora la Iglesia? ¿El testimonio del sufrimiento o las obras realizadas por quien no está todavía afectado de modo sensible en el propio vigor físico e interior? ¿Quién mejor que el Papa puede responder este interrogante? Y Benedicto XVI ha dado la respuesta que Dios le ha inspirado en el corazón. Entonces, en esta perspectiva, la opción del Papa ha sido el camino indicado por la Providencia, no un paso atrás sino un paso adelante en el misterioso camino de la economía de la salvación.

Un pontificado vivido como el Via Crucis de Jesús, si queremos, es más fácil de interpretar, más a nuestro alcance para descifrar, porque hace referencia inmediatamente a un acto heroico, una identificación reconfortante y casi plástica con el Crucificado. El camino del humilde ocultamiento – “un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” se definió el Papa recién elegido –, del reconocimiento de que hoy la barca de Pedro necesita vigorosos remadores, implica para nosotros un mayor esfuerzo para aquel músculo espiritual que es la fe, precisamente aquella virtud teologal que el Papa nos ha pedido meditar y profundizar este año.

En este sentido, la decisión del Sumo Pontífice nos obliga a privilegiar la perspectiva teológica – y Ratzinger es teólogo – y, en particular, aquella escatológica orientada a la salvación eterna, perspectiva más ardua de asumir. En este ángulo de visual ultramundano tal vez se esconde también la indicación de que debemos asignar valor, más que a la persona de Joseph Ratzinger, al munus, al oficio de Pontífice que nunca muere porque pasa de hombre a hombre, más allá de las contingencias, de los sufrimientos y de las debilidades. Así, paradójicamente, la renuncia de Benedicto XVI hace resplandecer todavía más la importancia del rol de Pontífice, más que poner el acento sobre el hombre que el Espíritu Santo ha elegido para que temporalmente asuma este altísimo oficio. Un oficio que recuerda aquella frase de la Biblia llena de misterio: “Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”.

La opción de Benedicto XVI, entonces, remite de modo trascendente a la perennidad del ministerio petrino, ministerio que permanecerá hasta el final de los tiempos porque Cristo está eternamente vivo y, por lo tanto, también debe estar vivo el oficio de Vicario. Pero, al mismo tiempo, la decisión del Papa nos hace reflexionar sobre la caducidad del ser humano, él sí amenazado por infinitos límites.